Hace algunos años, tuve un encuentro con un crítico de arte, de los que son pesados en el medio, cuya voz tiene el poder de decidir sobre el futuro de los artistas. Después de mostrarle imágenes de mis pinturas, su respuesta fue contundente: -“Tienes un gran manejo de la técnica, tu técnica es virtuosa, pero ya deja de pintar inditos”. Esa mañana había recibido un correo donde me notificaban que mi acuarela Olvidados había ganado un 1er lugar en una competencia internacional de realismo, lo cual hizo que recibir el comentario fuera desde una perspectiva de empoderamiento. Sin embargo, si no hubiera recibido ese correo esa mañana, probablemente mi reacción habría sido distinta. Así como hay palabras de aliento, uno se topa más de lo que uno quisiera con críticas, de todo tipo.
La pintura ha sido para mí un camino de encuentro conmigo misma, en el mero comienzo era un juego para entender cómo pintar tal o cual cosa; sin embargo con el tiempo fue agarrando fuerza y profundidad. Es en esos momentos de silencio, cuando el mar interno está tranquilo que las preguntas surgen y las indicaciones aparecen, la pintura convirtiéndose así en un caballo que busca y trata de seguir de la manera más fiel estos indicios, conduciéndome cada vez más a mi ser más auténtico y puro; quitándome aquello que no me pertenece, ilusiones impuestas, creencias absorbidas. Incluso la misma pintura me ha llevado a regresar a la escuela y estudiar filosofía. Lo fundamental en este camino es, desde mi perspectiva, nunca dejar de escuchar aquella voz interna, seguirla con toda la fuerza a pesar de todas las inseguridades y miedos, seguirla porque es ahí donde las maravillas suceden, lo que menos creemos que puede suceder tiene la potencia de existir.
Este caballo se alimenta de su exterior pues tiene que estar pendiente de las señales, sin embargo, hay que aprender a filtrar lo que nos llega de fuera. Así como las palabras de aliento pueden verdaderamente motivar, también así las palabras negativas tienen el poder de destruir. Ese día de la reunión fácilmente le podría haber dicho al crítico de arte sobre el correo de esa mañana, pero no es mi misión hacer cambiar de parecer a las personas; imponer mi verdad no es mi vía. Mi misión es, en palabras de Descartes: “reformar mis propios pensamientos y edificar sobre un terreno que sea enteramente mío”. No se trata de buscar complacer a las personas, no se trata de ganar 100,000 followers en Instagram o 3,000 me gusta en un post de facebook, de lo que se trata es lo mismo que en la vida diaria: ser uno mismo, ser mi yo mismo, buscando relaciones auténticas al mostrarme vulnerable, al compartir quien realmente soy, porque sólo así se puede generar una conexión auténtica y sólo así, desde mi perspectiva, vale la pena vivir, sólo así vale la pena crear. Mi intención no es ascender en la escalera social de los artistas y críticos de arte de egos enormes, ni modelar máscaras perfectas para los yo diversos de la sociedad. Y encima hay que estar muy a las vivas con las personas toxiquísimas que andan sueltas por ahí, pero todo esto, lo tengo muy claro, es un mundo al que no pertenezco ni deseo pertenecer.
Esta es la última pintura que trabajé en el 2017 y acabé los primeros días del 2018. Se llama ‘Onward’ y me encanta la serenidad y sonrisa de la Señora, imagino sus piernas y pies llenas de autoapoyo, con su objetivo bien claro en su mirada, con la templanza y serenidad de la guerrera de vida que ha sido.
Mi deseo es que el motor interno de la búsqueda más pura y honesta sea lo que mueva, no las críticas, no las ganas de complacer o de gustar o de ganar o de vender, solamente la voz interna cuyo sonido es muy claro cuando estamos dispuestos a escuchar.